El obispo José
Vilaplana deja Nerva, tras su visita pastoral de tres días, satisfecho con el
encuentro mantenido con la comunidad religiosa y los contactos establecidos con
las principales instituciones, asociaciones, centros sociales y educativos, así
como con las hermandades locales existentes en la localidad minera.
Monseñor
Vilaplana fue agasajado con una comida de fraternidad en la que participaron
numerosos miembros de la comunidad religiosa local, entre los que destacaban,
las juntas de gobierno de las hermandades de: San Bartolomé, Gran Poder, San
Antonio, Santa Ana, San Juan, Reina de los Ángeles de Nerva y la asociación de la Medalla de la Virgen Milagrosa.
El máximo
responsable de la comunidad religiosa onubense, que ya estuvo en Nerva con motivo
de la toma de posesión de la nueva Junta de Gobierno de la Hermandad del Gran
Poder, se mostró sorprendido y satisfecho con el elevado número de hermandades
y asociaciones religiosas existentes en la localidad, nada habitual en
territorios mineros.
Según el joven
párroco de Nerva, Servando Pedrero, el objetivo de este tipo de visitas es destacar
la misión del Obispo como visitante de la
Fe que, “viene a ejercer en la Parroquia sus funciones
de enseñar, regir y santificar, misión que se ejerce de una forma permanente
por la presencia de sus colaboradores, los sacerdotes, pero que de una forma
palpable, el Obispo debe hacerlo por sí mismo”.
Además, con
este tipo de visitas se establece un contacto directo con la Comunidad Eclesiástica,
para animar y orientar la vida cristiana ordinaria de la Parroquia. “La visita
pastoral es un acontecimiento muy importante para todos los que se sienten
miembros vivos de la Iglesia
local y ha de ser para nosotros un estímulo, un despertar, una llamada a una
mayor responsabilidad”, asegura el joven párroco.
Todos
los representantes de las hermandades y asociaciones religiosas locales
destacaron la sencillez y cercanía mostradas por Vilaplana y su interés, y
preocupación, por las familias más necesitadas de la localidad, así como por
las condiciones en las que se encuentra el vetusto edificio que acoge a la Iglesia.
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